COLUMNISTASManuela Alejandra Laynes

LAS BARRERAS PARA EL PROGRESO Y LA EDUCACIÓN

 

Por Manuela Alejandra Laynes de Mazariegos

Gabriela*, una joven madre de 30 años, enfrenta una de las realidades más comunes, pero menos visibilizadas en nuestra sociedad: el deseo de superarse profesionalmente, frenado por las limitaciones económicas y la falta de oportunidades accesibles. A pesar de sus esfuerzos por continuar sus estudios y mejorar su calidad de vida, el sistema parece ponerle trabas. Ahora, al querer estudiar para ser auxiliar de enfermería, se ve obligada a elegir entre continuar trabajando o dejar de apoyar a su hijo, algo que la abruma profundamente.

Este dilema refleja un problema estructural que afecta a miles de personas en Guatemala. A menudo, quienes desean avanzar en su preparación académica no pueden hacerlo porque las exigencias de la vida cotidiana no se lo permiten. La falta de flexibilidad en los programas educativos, combinada con la necesidad de generar ingresos inmediatos para el sustento familiar, genera una trampa que atrapa a personas como Gabriela en un ciclo de pocas oportunidades.

En Guatemala, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), alrededor del 23% de las personas entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan, muchos de ellos atrapados en situaciones similares a la de Gabriela. Las condiciones de desigualdad y la falta de acceso a educación asequible y flexible hacen que miles de jóvenes y adultos se enfrenten a decisiones imposibles: estudiar para mejorar su futuro o mantener a sus familias. Esta realidad es más severa en mujeres, quienes a menudo son las principales responsables del cuidado familiar, limitando aún más sus opciones para crecer profesionalmente.

Es esencial que empecemos a plantearnos soluciones estructurales que permitan a madres trabajadoras y jóvenes con responsabilidades familiares como Gabriela acceder a opciones de estudio que sean compatibles con sus vidas. Programas educativos flexibles, becas y apoyo financiero para quienes realmente lo necesitan son solo algunas de las muchas medidas que podrían facilitar el acceso a una educación que les permita optar por mejores empleos. Si no generamos alternativas reales para estos sectores, estaremos perpetuando las desigualdades que limitan el progreso de tantas personas que, como Gabriela, desean un futuro mejor para sí mismas y sus familias.

Finalmente, la historia de Gabriela pone en evidencia una verdad innegable: el desarrollo individual está directamente ligado al desarrollo social. Si queremos un país donde todos tengan oportunidades justas de crecimiento, debemos trabajar para que la educación sea accesible, sin importar las condiciones socioeconómicas. Así, podemos ayudar a más personas a romper el ciclo de la precariedad y construir una Guatemala más equitativa para todos y todas.

Conclusión
La situación de Gabriela no es un caso aislado; es una realidad compartida por muchas personas que desean superarse, pero se ven atadas por la falta de recursos y las estructuras sociales que perpetúan la desigualdad. La educación debe ser un derecho accesible para todos, no un privilegio para unos pocos. Si como sociedad no trabajamos en derribar las barreras que impiden el desarrollo personal y profesional, estaremos limitando el verdadero progreso de nuestro país. Es momento de replantear las prioridades y crear un sistema que permita a todos avanzar, sin importar su situación económica o familiar.

*nombre ficticio 

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